Un viaje de vida y muerte
Oswaldo Osorio
Al western en Latinoamérica le dicen películas de vaqueros, pero, en realidad, la mayoría de westerns no son sobre vaqueros, sino sobre pistoleros, esto es, gente violenta matándose unos a otros, o gente tranquila defendiéndose de los violentos, y esa violencia tiene que ver, sobre todo, con apropiarse del bien ajeno o con la venganza. A esta lógica del género se ajusta esta película, realizada por uno de los mejores cineastas del país, el santandereano Iván Gaona, un autor con un universo y estilo propios (algo más bien escaso en Colombia) definidos por un puñado de encantadores cortos y por su ópera prima Pariente (2016).
Es 1902 y, en los estertores de la Guerra de los mil días, un soldado y un retratista (¡Que no un artista!) inician la búsqueda de dos hombres, al uno para darle la buena nueva de que es padre y al otro para matarlo. En esta premisa ya está definido el espíritu del relato: un viaje en el que se trenzan la amistad, la vida y la muerte, todo bajo la sombra de una guerra fratricida que constantemente es cuestionada por los personajes y por la película misma.
Porque esta película, a pesar de que, en principio, fue presentada como una serie de seis capítulos en 2020, es evidente que fue concebida y realizada con el lenguaje y los valores de producción del cine. Es una película donde su sello empieza por los actores naturales con acento santandereano (también muy escaso en el cine colombiano) y contada en clave de western. Bueno, con ese género se promociona, pero se me ocurre que es más para tener una fácil identificación con el público, igual ocurrió con Pariente.
Pero en realidad, lo que yo veo son unos relatos sobre campesinos, ya sea en el siglo XXI o a principios del XX, campesinos envueltos en violencias que no buscaron. Que con el western coincidan los caballos, los duelos, la venganza como leitmotiv o ciertos paisajes tomados de las imponentes montañas del cañón del Chicamocha, no es suficiente para considerarlo que pertenece a él. Las de Gaona son historias de la provincia colombiana, de Güepsa, Santander, la mayoría de ellas, donde la idiosincrasia y el color local de esa región define la naturaleza y los conflictos de los personajes, no un género foráneo. No obstante, hay que reconocer que la cercanía al western es reforzada por el contexto bélico, así como por una influencia estilística del conocido género: ciertas composiciones de los planos, las dinámicas del montaje y algunos gestos narrativos. Otro cantar es la música, que nada le debe al western y sí mucho a los sonidos populares de la región, creados por Edson Velandia con unos cobres que se arrastran con potencia por el relato o que, de repente, irrumpen con sorna o asombro.
Por otro lado, su historia también es un alegato contra la guerra y en especial la referida a este país, donde luego de dos siglos de conflicto internos, su gente siempre parece terminar dividida en dos bandos, generalmente campesinos matando a otros campesinos, muy parecidos a ellos, pero con diferencias que les impusieron los que tienen el dinero y el poder. Y esto es recalcado una y otra vez en el relato.
Adiós al amigo es una obra fresca y envolvente por ese universo que construye, el cual no se limita a ser un relato bélico y de época, sino que lo sabe cruzar con guiños de humor, poesía y hasta misticismo. De fondo, puede identificarse una fábula pacifista hecha con honestidad y concebida sin miedo a algunas audacias en lo que quiere decir y cómo lo quiere decir. Es cine colombiano que se apropia parcialmente de un reconocido género, pero que sabe construir su universo particular y de manera muy auténtica, un cine divertido, entretenido, con calidad cinematográfica y peso en sus ideas y referentes.
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