Subalterna pero digna
Oswaldo Osorio
El cine latinoamericano está lleno de historias de trabajadoras domésticas que evidencian el clasismo y las brechas sociales en cada país, así como una opuesta vocación de ellas entre el servilismo o la resistencia, y también suele salir a flote su dudoso estatus como miembros de segunda de la familia en cuestión. Desde la desafiante Asunción (Mayolo, Ospina, 1976), pasando por ese clásico reciente que es La nana (Sebastián Silva, 2009), hasta la promocionada Roma (Alfonso Cuarón, 2018) y su lado oscuro que es El ombligo de Guie'dani (Xavi Sala, 2018), todas son cintas que, como esta de Dominga Sotomayor, hacen una cuidadosa inmersión en el mundo doméstico y lo miran atento e inquieto desde el punto de vista de estas mujeres.
Dominga Sotomayor es una promesa del cine chileno que ya tiene una cálida y modesta filmografía. Modesta no porque sean solo cuatro largometrajes, sino por la dimensión de sus universos y producciones. Se trata de películas pequeñas, intimistas, casi todas con pocos personajes y que exploran los mundos cotidianos, ya sea los de un viaje familiar o en pareja al mar, un fin de semana en el campo o la relación de una niña con la doméstica.
Este último es el tema de Limpia (2025), pieza basada en el best-seller de Alia Trabucco y producida por Netflix (lo cual ya perfila de una manera distinta a Sotomayor). En ella Elena vive por y para la niña de seis años que cuida. Si bien los ocupados padres orbitan en sus vidas, la mayor parte del relato construye ese íntimo y afectuoso vínculo entre ellas dos. Mientras las conocemos y se desarrolla su relación, somos testigos de una serie de situaciones y sentimientos concebidos con delicadeza e inteligencia por parte del guion y de la puesta en escena. Hay ternura, comprensión, paciencia, humor y el sutil cruce entre mundos, ya sea el de la niña y la adulta o entre quien nació con privilegios y quien conoce su lugar en esa casa y sociedad.
La niña tiene la convencional espontaneidad de los niños del cine, aderezada por gestos precoces que tal vez pertenecen más a la guionista; pero es el personaje de Elena, interpretado por María Paz Grandjean, el que termina fascinando y con el que es un gusto conectar. En ella está concentrado todo ese descontento de una clase subalterna y sin oportunidades, que testimonia la inequidad del mundo, pero que la afronta con recelo y entereza, tratando así de sostener sus límites y derechos, y sin embargo, termina impotente sometida a las necesidades de los otros y con una nube de melancolía que solo eventualmente abandona su rostro. Aun así, hay en ella una suerte de temple y sabiduría esencial que parecen producto de una vida ganada con esfuerzo y sin apoyo alguno.
Así que, efectivamente, estamos ante una película de esta joven cineasta chilena que se ha mostrado inteligente e intuitiva desplegando esos mini universos cálidos y cotidianos, que hemos visto en sus anteriores títulos… hasta que llega el final: porque los sucesos de los últimos diez minutos, cambian por completo el registro y se revela su naturaleza de best-seller y de película de Netflix. En ese tramo final, especialmente en su desenlace de último minuto, la historia se muestra innecesariamente tremendista, sin que eche a perder del todo la buena experiencia de lo ya visto. Supongo que es el precio que Sotomayor tuvo que pagar por ampliar su audiencia y contar con el presupuesto del gigante del streaming.
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