La verdad te hará libre
Oswaldo Osorio

Esta película es un viaje al pasado y a la familia, un recorrido en el tiempo y la memoria que va dibujando, escena a escena, la vida de una pareja y las complejas relaciones con sus parientes. Esa gran habitación oscura y llena de secretos que es la historia familiar, es iluminada poco a poco, como si llevara una antorcha, por Marina, la hija de la pareja, y con la lectura del diario de su madre y las preguntas a sus primos y tíos, conoce más de sus padres y de esos desconocidos que empiezan a ser cercanos.
Con solo tres películas, esta joven directora española se ha posicionado como una de las mejores y más prometedoras cineasta de su país. En 2017 nos sorprendió con Verano 1993 y su callado intimismo que mira el duelo desde la infancia, mientras que en Alcarrás (2022) la familia también es el centro de las exploraciones emocionales y reflexiones de Simón, quien también escribe sus guiones.
Así que con Romería (2025) cierra esa trilogía dónde la ausencia, la pérdida y la búsqueda en las relaciones familiares define a sus personajes y, de fondo, también el contexto social. En esta, especialmente, su mirada nos transporta a unos años ochenta cuando la sociedad española aún estaba muy marcada por la moral y la verticalidad del franquismo, por lo que los díscolos padres de Marina eran una vergonzosa mácula en la reputación familiar, ya por su relación con las drogas o por el SIDA que portaban y que los llevó a la tumba.
Pero el gran acierto del relato es la presencia de Marina, una bella y carismática Llúcia Garcia, quien nos lleva de la mano, con curiosidad y cautela, en ese recorrido en que va descubriendo a su familia y el velado pasado de sus padres. Así, al tiempo que se van revelando estos aspectos, vamos conociendo un poco más de ella, porque primero se muestra cálida y dúctil al contacto con sus parientes, pero después despunta el heredado carácter y actitud de sus progenitores.
Todo esto es relatado ya no tanto con el gesto realista y pausado de sus dos anteriores películas, sino con un alegre y juvenil dinamismo, ungido de poesía y melancolía. Aunque la narración cambia un poco ese código con ese juego de ensoñación que propone hacia el final al mostrarnos la vida de los padres de Marina. A pesar de algunas buenas imágenes y de ese ímpetu de idealismo y rebeldía que se desprende de este segmento, termina siendo la nota baja de la historia, por lo innecesario, pues todo lo que en esta parte se cuenta ya lo conocíamos, ya hace rato lo habíamos visualizado, tanto por la lectura del diario como por lo relatado por la familia. Tal vez de esto se puede rescatar la fuerza simbólica de ese baile final que termina poblado de fantasmas, pero sí parece como si en este pasaje estuviéramos viendo otra película.
Cuando el relato regresa al tono inicial y al desenlace, de nuevo la pantalla es iluminada por Marina, ahora transformada por esa familia que ha ganado, y ya más tranquila y plena por haber conocido la verdad sobre sus padres, que aunque dolorosa, necesaria y liberadora.
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