Oswaldo Osorio

El mundo se divide en dos, quienes no soportan los espóilers (estoy estrenando la palabra, que fue aceptada en 2024 por la Real Academia Española) y aquellos que no solo no tienen problemas con ellos, sino que hasta los prefieren: conozco muchas personas que se leen primero el último párrafo de un libro, Billy Crystal en Harry y Sally, por ejemplo. Es decir, hay quienes preferimos no saber nada de una película para disfrutar cada giro de la trama y el avance de la historia, así como quienes les gusta saber qué van a ver y esto no les arruina la experiencia de su visualización.

Como parte de mi aversión por los espóilers, dejé de ver tráileres en 1999, justo después de salir de la proyección de El sexto sentido (M. Night Shyamalan), pues, absurdamente, en el avance que hacen para esta película, cuentan que el niño ve gente muerta, esto significa que revelan el primero de los dos grandes secretos que tiene la historia, un secreto que la trama apenas da a conocer en la mitad del relato. Así que, para todos quienes vimos el tráiler, la experiencia de esos primeros cincuenta minutos fue distinta, desprovista de todo misterio, entendiendo de manera diferente el comportamiento del niño y experimentando una aburrida espera mientras este le confiesa dicho secreto al sicólogo.

¿Fue torpeza de la promoción o sus realizadores prefirieron apostarle a ese público que le gustan los espóilers? Igual ocurrió con el afiche de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), cuya imagen es ese último gran plano que revela la sorpresa capital de la película, que el planeta de los simios es la mismísima tierra. Todo lo contrario ocurría con Hitchcock, quien quería guardar con celo los giros y sorpresas de sus películas, al punto de hacer campañas, especialmente en Vertigo (1958) y Psicosis (1960), para que el público que las vio no le contara nada a los demás. Porque el maestro del suspenso apreciaba por igual el qué y el cómo en una historia.

Y es que el dilema con los espóilers pasa por esta diferencia, la cual está en la base de la narratología y que distingue entre el argumento y el relato, donde el primero es lo que se cuenta y el segundo la forma como se hace. Así que los espóilers suelen apuntar es a revelar datos del argumento, que pueden ser pequeños, como ciertas situaciones y componentes, o grandes, como los giros y las sorpresas. También hay espóilers temáticos, que suelen ser menos problemáticos y más bien sirven de guía para saber de antemano el tipo de historia que se va a ver.

Aunque la importancia (o el daño) del espóiler depende también de la clase de relato que el autor propone, y en este caso se pueden definir dos grandes clases: los de trama y los de personaje, incluso agrego un tercero, los de espacios. El primero, es donde la historia está cargada con una serie de eventos que se suceden en una lógica de causa y efecto; el segundo, en donde importa más la construcción de personajes, sus interrelaciones y los diálogos que lo que ocurre en el argumento; y el tercero, es donde un lugar y unas atmosferas toman el protagonismo del relato (La Sirga, Stalker). Incluso es posible que en las películas de personajes y espacios no haya historia o que su argumento sea mínimo, por eso los espóilers no son tanto problema en estos casos, incluso muchas veces es muy poco lo que se puede espoilear.  

Entre las películas de trama, hay unas cuyo argumento está todo en función de un gran secreto final, por lo cual el espóiler es más imperdonable, y esto lo prueba es que, cuando uno las ve una segunda vez, ya son otra cosa. Ocurre con títulos como El gabinete del Dr. Caligari, Psicosis, El sexto sentido, Los otros, El club de la pelea, La aldea, Perdida y todas esas cintas que terminan con el decepcionante giro de que todo era un sueño o que lo sucedido estaba solo en la mente delirante de su protagonista. Hay otros secretos finales que son muy importantes, pero que no necesariamente depende de ellos el trasegar de la historia y su disfrute, como ocurre con el significado de la palabra rosebud en El ciudadano Kane, con la sustancia de la que está hecha el Soylent Green en la película con este título o con lo que hay dentro de la caja en el final de Seven.    

En inglés el término to spoil significa arruinar, y fue propuesto en el sentido que ahora lo usamos para el cine en un artículo de la revista cómica National Lampoon, en 1971, donde el autor contaba los finales de célebres libros y películas. Desde el advenimiento de las redes sociales este término y su práctica se han popularizado, porque en estos medios es más fácil y frecuente encontrar espóilers acechando a la vuelta de cada scroll al pobre futuro espectador de una película o serie. Por eso ya es un término muy común y tenerlo presente hace parte de las dinámicas de la promoción del cine, de la producción de memes, de los comentarios en foros y hasta de la crítica misma, que ha incorporado a su oficio la “advertencia de espóilers”. De ahí que para algunos hablar sobre cine se ha convertido en un campo minado, aunque otros son inmunes ante cualquier culpa de arruinarle las películas a los demás.

Publicado en la Revista Cronopio No. 105, de octubre de 2025.

https://revistacronopio.com/el-espoiler-es-el-asesino-oswaldo-osorio/

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